Tengo tan llena de sangre la poesía
tan llena de culpa la conciencia
que los versos se me manchan
y el pensamiento se me escapa
a lugares de silencio asceta
donde no llegan los jirones
de la piel quemada de los niños
ni roza el hambre y la miseria
la curva esencial de la armonía
De pura inexistencia lleno los minutos
para huir de la tóxica noticia
de la rutina del odio repartiendo muerte
del cansancio cobarde
de no poder arrancarme los ojos
Cuando regreso del silencio maniqueo
lloro a gritos llenos de hipocresía
porque un lamento
nunca ha salvado una vida
y yo escribo y escribo
bajo el cálido techo que me cobija
con el plato lleno y el cigarrillo
con el café y un puñado de pereza
en ese tiempo que no soy esclava
en un lugar en que nadie me obliga
a salvo del horror que cuento luego
tan solo porque me revuelva las tripas
No hago nada
sólo escribo me lamento maldigo
mientras son otros los que mueren
para que yo mantenga mi sitio
ponen sangre para que yo ponga gasolina
las manos de sus niños ponen
para que yo me ponga mi vestido
y la rebeldía que a mí me falta
la ponen ellos para sobrevivir cada día
y yo que he perdido el derecho a llorar
el derecho a quejarme de lo que vivo
me siento tarde a tarde a contar
de esta inmensa cobardía
porque alguna vez me creí ese cuento
de que la espada con la pluma no podía
así que mientras blando al aire inofensivos versos
corta el cuchillo y arrasa el fuego
mata el agua y el medicamento
y gana la perfidia y la maldad
porque mientras yo escribo
las calles sin mis piedras
están vacías…
Carmen Soriano López