Llegar con el hombre de la arena
sentado sobre el hombro derecho
y el hueco de la oreja de van Gogh
cosida al talón del pie izquierdo
el temblor en las manos y el sudor
que llega hasta el estómago, dentro
y la previa respuesta adelantada
hiriendo los ojos que tanto vieron…
la lechuza de Palas asesinada
antes de que el alba la devolviera…
y tú y yo, los estúpidos de siempre
que no saben vivir sin versos.
Entrar con los nudos bien puestos
la vana misión de no darlo por supuesto
el miedo,
y dejar que pase la ocasión
de allí mismo soltar todo lo que llora dentro
para hallar que nada era cierto
porque la fe se esconde a veces
en un tensiómetro ocular o en la rejilla
de algún profeta que va de médico…
y todo queda expuesto,
que nada es lo que parece
y menos lo que te cuenten los ineptos.
Salir con mucho menos peso
el hombre de la arena muerto al sol
y la tasca de la esquina, el policía
la vieja con el perro,
tu sonrisa disimulada
y mi dolor de huesos
todo para nada o solo para saber
que es la suerte iconoclasta
tanto o más como la vida
y ahora, sonreír sabiéndonos tontos
pero felices, al menos, por este día…
Carmen Soriano López
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Los momentos de felicidad son los que hay que disfrutar y buscar, los tristes vienen sin llamarlos... Te quiero.
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