Coincidiendo con el alba, como cada día, con aquel esfuerzo
indescriptible que le suponía a su cuerpo viejo y gordo cualquier movimiento,
salió a dar su paseo matutino acompañada de sus perros, dos fieles
amigos que ya sabían bien cuánto podrían exigirle al ritmo perdido de sus pies. Recorrerían los tres en mutua y silenciosa compañía las hectáreas de vega que
rodeaban su casa, el más bello y repleto olivar de las cercanías. Un paseo
estimulante y necesario que hacía las veces de telonero de esa actuación diaria
de vivir como si nada, como si todo estuviera bien, como si estar viva sin
vivir fuera realmente fácil, realmente apropiado porque alguien dijo que así
era, o porque ella así lo había inventado, o tal vez porque la inercia era tan
fuerte y el freno tan escaso que no quedaba otro remedio, así solía pensar. De sus disertaciones
internas sólo sabían aquellos chuchos simpáticos y cada una de las sombras
que el sol naciente y los olivos centenarios proyectaban en el suelo. Lo perros,
una vez liberados de la correa atada a su cuello, como un cordón umbilical que
llevara tatuado que le pertenecían a ella, corrían jugueteando entre los
árboles y practicaban el instintivo arte de cazar a los despistados gorriones
que picoteaban entre las raíces expuestas de los olivos y a alguna que otra urraca que bajaba cerca
del suelo en busca de algún tesoro.
El sol
iba ganando altura al mismo tiempo que sus pulmones se dilataban, ella miraba
sus animales y envidiaba aquella energía, la vitalidad que subyacía a aquellos
saltos, aquellas carreras sin pistoletazo de salida y sin meta, dibujando
círculos en la hierba alrededor de ella. Detrás de un olivo gigante, el más
antiguo, grande y retorcido casi tanto como sus pensamientos, algo brillaba
llamando su atención al instante y al mismo tiempo que reclamaba la presencia de los perros
que corrieron en aquella dirección donde el sol parecía brillar desde el suelo.
Ella llegó después, con menos aliento. Igual que una ninfa o como un hada
desalada, una mujer tendida en el suelo era la causa y el origen de aquel juego
de luces que les había atraído, su piel llena de lentejuelas y purpurina
devolvía cada rayo de sol coloreando el aire que la rodeaba, colores intensos e hipnóticos que hasta podían
olfatearse y destacaban como estrellas en la noche en la piel extremadamente
blanca de aquella joven que permanecía en el suelo, inmóvil, con sus ojos
verdes abiertos sin mirar a nada, o tal vez, viendo de más, viendo todo. Ni un parpadeo, ni
un movimiento, sólo el que la brisa de la mañana causaba en su pelo rojo como
el fuego, largo y espeso, que se derramaba sin concierto sobre el marrón y parco verde del suelo del olivar, quemándolo sin producir humo alguno. Los perros ladraban como sólo ellos
hacen cuando pueden detectar la muerte y parecen increparla con esos aullidos
taladrantes y agudos. Ella se arrodilló junto a aquel cuerpo demasiado bello
para tenerlo en consideración como al suyo, infinitamente perfecto como para poder evitar escrutarlo con la mirada, aún sólo un segundo, porque quién puede
obviar una obra de arte y mirar el reverso en lugar del hecho artístico allí
expuesto. Sus piernas eran largas y musculosas, torneadas por alguna magia
lejana a la que sólo algunos bendecidos tienen acceso, sus brazos igualmente
largos, como los dedos de sus manos, una armonía que hacía de aquella
mujer inerte algo perfecto. Alcanzó a tocarlo con más timidez que miedo, estaba
tibio, tal vez por el sol, obviamente enamorado en él incidía o, tal vez, porque aún
quedaba algo de vida, porque así lo creyó ella, quién o qué que allí habitara
renunciaría sin pago por abandonarlo. Posó su cabeza sobre el pecho para observar
si era el latido tan musical como su presencia, algo escuchaba, a lo lejos, si
hubiera prestado buena atención a lo que le contaban sus perros habría sabido
que eran sus propios latidos, alterados, los que hacían eco sobre aquel torso
blanco y terso. Pero cómo discernir nada en aquel momento embrujado, cómo
atender a la razón que se había vertido toda sobre aquella piel y ahora, entre
el anhelo y la envidia, saltaba de lentejuela en lentejuela porque no había
motivo alguno para volver a meterse en aquel chándal viejo que ocultaba cada
centímetro de piel cansada, cada gramo de carne fofa y sin gracia, cada hueso
dolorido y cada músculo desesperanzado. No, la lógica no volvería, nadie lo
haría ni aún cobrando por ello. Aún así,
desasistida por la razón precisa, valoró las distancias, el peso, su escasa
fuerza, la ausencia de su teléfono que se quedó en casa esperando como todas
sus angustias, el tiempo necesario, todo, no había forma alguna de resolver
aquella situación en otro lado, con alguna ayuda, todo quedaba en sus manos, ni
siquiera dios la ayudaría porque era claro que si dios aparecía sólo sería para
reclamar aquella belleza como suya, posiblemente a disputársela con el mismo
diablo.
Metió
su mano derecha debajo del cuello de aquella ninfa y lo posicionó algo más
inclinado hacia atrás como había aprendido hacía algunos años en un curso de primeros auxilios. Tiró
suavemente de su barbilla hacia abajo para abrir aquella boca que permanecía cerrada,
como la de la Gioconda parecía sonréir de un modo que sólo ella entendía; la sonrisa que dibujaba sucedía por
dentro, porque había una sonrisa soterrada, austera y misteriosa en aquella
boca enmarcada por unos labios que seguramente, en algún otro momento,
habrían provocado toda suerte de anhelos por besarlos, tal vez, sólo por
mirarlos. Tomó aire y poniendo sus labios sobre aquellos, como robando un beso
con la excusa perfecta, lo insufló con fuerza, vio entonces como se elevaba el
pecho y algo se desbarató en su interior maltrecho, ella, tan poca cosa, tan disuelta
y desgastada, tan vieja y tan inútil, estaba allí dentro, dentro de aquel cuerpo perfecto como si fuera
suyo, desde siempre, como si fuera el suyo y causaba una suerte de movimiento, un poder que sólo ella tenía en aquel momento de dar vida como Geppetto a la más
bella madera. Siguió insuflando aire con la misma intensidad que se le revolucionaba cada sentimiento, entre lo místico y lo erótico, entre lo dulce y lo orate, dejándola cada
vez más embriagada, y como si fuera un potente alucinógeno, cada elevación del
pecho que recibía su aire la transportaba a lugares diversos, donde ya había
estado previamente, de los que fue desterrada un día por no dar la talla, por no ser suficiente, suficiente bonita, o joven, o lista... todo
iba encajando en la psicodelia de aquellos besos llenos de aire,
que al mismo tiempo insuflaban y aspiraban como si la belleza pudiera de alguna
forma, por osmosis, contagiarse…
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Frente
a la consulta del dentista del pueblo, un galgo afgano y un labrador hacían el
suficiente estruendo como para obligar a todos los que había dentro a
salir. Gabriel, el sacamuelas, aún con la mascarilla puesta, fue el
primero en salir, reconocía aquellos aullidos dolorosamente, eran los mismos
que una mañana, hacía dos años, le avisaron de que su hijo menor yacía en el
suelo de su dormitorio en una postura poco vital. Gabriel entendía aquel
dialecto canino. Se desprendió de su bata y siguió a los animales que se
adentraban en el olivar circundante acompañado del viejo Salvador, el
cuentacuentos del pueblo que se vio salvado por los ladridos de perder una
muela de la que estaba encariñado por más que la maldita le doliera. A medio
kilómetro más o menos, en el corazón del olivar que surtía de aceite y recursos
a aquella pequeña población, junto a un viejo olivo retorcido hallaron un cadáver,
una vecina que acostumbraba a pasear por allí cada mañana, algo huraña e
introvertida, lo suficientemente desconocida para todos como para ni siquiera
odiarla. De rodillas, con un chándal de color caqui, con la boca abierta sobre
la hierba, como si estuviera orando, permanecía rígida a los pies del olivo
como si fuera parte intrínseca de aquel paisaje. Mientras Gabriel daba aviso
del hallazgo a las autoridades desde su teléfono móvil, el viejo Salvador se
persignaba obsesivamente, mientras mascullaba entre los dientes algo de aquellas
viejas leyendas que desde siempre hicieron de aquel
pueblo y su olivar una referencia negativa y motivo de alejamiento de cualquier
vecino informado de la existencia de aquel ánima, que en habitaba en él y se
llevaba con ella las almas de los incautos o de los desesperados, todos muertos arrodillados, con la boca
abierta sobre la tierra que cubría las raíces del olivo centenario…
CARMEN SORIANO
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Bueno yo quiero más... quiero saber quien es la ninfa ¿un vampiro? ¿un fantasma? Cuentame más, anda, no me dejes a medias...
ResponderEliminarMi amor, a veces, no hay más que lo que es porque ser no es todo, y a veces son las partes mejor que el mismo todo mi reina, no hay más, pero si sabes donde está la fuente ¿por que no vienes a beber de ella?
ResponderEliminarEn los brazos del enigma viaja aun el alma liberada, sus perros lloran pero el cielo se encuentra mas poblado, mas nutrida es la luz cuando ufana se aproxima la leal madrugada...Era el aire, no podía darle el bien que a ella misma le faltaba, a riesgo de allanar con sus latidos un frío corazón, al que hace tiempo el vigor o el animo faltaban...La vida se debe a la vida, lo demás ha de tallarse en el mármol de las criptas, con justicia de héroes porque la vida es heroica, vista de lejos y de jornada en jornada...Hermoso cuento, Carmen. Desde todo punto de vista.....
ResponderEliminarQue bella prosa tienes amiga mía!! y la historia al completo con ese final tan inesperado, me fascinó Carmen...Un ¡¡¡Bravisimo!!!! Amiga mía!!
ResponderEliminar¡Que bonito relato deberías de empezar un libro,la verdad es que se queda una con ganas de mas, a mi me gusta muchísimo leer y hace tiempo que no me meto de lleno en nada de lo que leo y hoy me paso que estaba metida en el relato ,me paso el otro día también con otro chico que escribe relatos,un besito artista¡
ResponderEliminarMi querido Restrepo refrendo cada una de tus palabras y por eso mismo y cuanto se de tu vida del titulo de "mi heroe" no te desciendo, pero en el caso de esta pobre vecina, fue el ego y su alter, del que ninguno nada sabemos, quien cayó en la trampa que como toda trampa bien urdida le dejaba escasa escapatoria... mil besos amor, de los que no matan...
ResponderEliminarGracias Cj, cuando de la admiración mutua al cariño me obligas de esta manera, gracias por la lectura y el tiempo, por la benevolencia y por el permiso, eres un cielo de tonalidades exquisitas, beso hasta tus raices...
ResponderEliminarMi querida Mayte, si fuera cada otro igual que tú, desaparecerían todos los miedos y tendría sentido cada esfuerzo, y ojalá cundiera la empatía que sientes por mis letras, mil besos mi asturiana querida y gracias, como siempre.
ResponderEliminarla capacidad descriptiva, de la que haces gala en este relato, te llena de magia desde el principio. Te crispa, te seduce, te va transportando poco a poco hacia el interior del alma de la protagonista... Los olivares centenarios poseen un enlace con un espacio, carente de tiempo, todos sus olivos tienen un misterio en sus troncos retorcidos, pareciera que poseen un alma atrapada. Esa visión de la muerte, escenificada en belleza con formas de mujer, no es otra que ese alma que perfila en imágenes las carencias y anhelos de sus victimas, para atraparlas...
ResponderEliminarFrancamente, es genial tu prosa, no deja lugar para el aburrimiento...
En cierta ocasión escribí un microrelato, homenaje a un perro, de una amiga; Lupo, que mi hija adoraba, murió de viejo unos meses antes, y también esta escenificado en un cortijo, rodeado de olivos centenarios, "¿Se quejan las paredes?".....
Gracias amiga, ha sido todo un placer leerte...
Besos
Placer el mío por tu regia llegada Antonia, aún sabiendo ambas como sabemos de la importancia del tiempo, es un honor que vengas y así te dejes en mi casa, mil gracias por ello y un fuerte abrazo, buscaré ese relato entre tanto baile de letras que te rodea, y como ya hablamos haré del tiempo sin prisa la calidad precisa para disfrutarlas...
ResponderEliminarSorbiendo las ansias de soledad
ResponderEliminarOculta su real deseo de vivir
De bailes no danzados, de vuelos no osados
Sabía del Olivo, y tras buscar un equívoco
Segunda oportunidad le otorgaron
Y pocasmuelas le prestará su imaginación,
Aunque falta no lo hiciera, para rememorarnos
Cuántos vals redomó con su fusta recién estrenada…
Bello paseo por tu cercanía…Maravilla Carmen…Bsts.Grs
Gracias mi querido Santiago por pasear conmigo, que de los caminos de alma lo sabemos todo, mas nada de su destino y de tanto como esconden los olivos alguien dijo que eran ánimas sus troncos pero no de por qué son tan retorcidos... besotes.
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