El andén rebosaba ruido,
pasajeros impacientes, desorientados, apresurados o expectantes, maletas en
estruendoso arrastre, choques, jaleo, bullicio… El hecho de que su tren
partiera del andén 16 le obligaba a atravesar todo aquel ruido da humanidad que
tanto detestaba pero era la única forma de salir de aquella ciudad, la ciudad
del ruido, de la peste, del infierno. Arrastraba los pies por los arcenes
mientras se protegía con los brazos del barrunto, era inevitable ser pisado o
respirar tanto aliento ajeno, pero la promesa de llegar pronto a casa después
de aquella semana inmunda le hacía más llevadero el trayecto hacia el andén 16.
El
16 estaba tan abarrotado como los demás, era hora punta y en las grandes
ciudades eso no perdona ni a los personas ni a los andenes. Su tren por
insignificante que fuera el destino iba a ir lleno de almas, todo un mal trago
para él acostumbrado al silencio y la soledad de su casa. Anacoreta por
elección, hacía años que apenas se relacionaba con nadie, a lo más con el
panadero que le acercaba el pan a diario. Había perdido poco después de la
adolescencia toda fe en el ser humano, sin la necesaria capacidad y confianza
para intentar ningún cambio, por entender en aquellos años que entre el todo y
el nada solo el vacío quedaba, hacía de su retiro la única vía a la indolencia
que precisaba su alma debilitada a saber, eso pensaba, desde antes de
habitarle.
De
cualquier forma aquel trago inevitable dejaba algo de espacio entre pasajero
azorado y pasajero impaciente, el privilegio de permanecer absorto allí mismo
donde sólo el podría encontrarse, ese lugar en alguna parte cerca del bazo
donde nada llega, de donde nada sale ni nadie entra, siempre quedaba ese
espacio para acudir las escasa ocasiones en las que tenía que vérselas con la
asfixiante cercanía de sus congéneres. Este enclaustramiento resultó poco
hermético y aunque casi había logrado dejar de percibir ese olor a humanidad
concentrada, debió tener alguna fisura porque recibió como golpe inesperado el
grito de aquella mujer en sus tímpanos que le provocaron un escalofrío como
queja y algo de salivación involuntaria. Antes de girarse, con la plena
intención de hacerle saber a la dueña de aquella garganta histérica cuánto
podría ahorrarse de molestar al resto de la humanidad si contuviera sus
graznidos, vio un balón rojo que pasó rozando el bajo del pernil derecho de su
pantalón, saltó sin pedir permiso sobre su pie y fue a dar entre los raíles que
ya transmitían el calor que no de muy lejos apelaba a las leyes termodinámicas,
el tren alcanzaría su posición en breves segundos. La realización del oportuno
insulto, que debió procesarse en décimas de segundos en su cerebro, no fue tan
rápido como cruzó una pequeña sombra por delante suyo, atropellando el mismo
pie que dejara ileso el balón rojo, menos aún tardaría el tren en alcanzar a
aquel niño que corría tras su pelota sin saber que no existe el cielo y que los
ángeles no juegan al futbol.
Sin
control y sin conciencia, si hacerse ninguna pregunta, en aquel acto meta-ético
del que había oído hablar pero en el que nunca había creído, se lanzó detrás
del chiquillo alcanzando su cuerpo en el mismo instante que alcanzaba el tren
el suyo, cayeron ambos al otro lado, el ermitaño y el niño, dos cuerpos, dos
cabezas, cuatro brazos, tres piernas…
Varios días después de superar el
trauma craneoencefálico que lo dejo sordo y tuerto del lado izquierdo, despertó
en una habitación mucho menos abarrotada que aquel andén del infierno, otros
dos pacientes y un enfermero, que mientras curaba el muñón de su pierna derecha,
que faltaba a la altura de la ingle, apenas a unos centímetros de sus
testículos ilesos… lo vio despertar y con una amplia sonrisa le dio la
bienvenida al mundo de los vivos y le felicitó por ser un héroe, tras
explicarle brevemente los pormenores del accidente y cómo había quedado su
cartera maltrecha, le pidió que se identificara a efectos de hacer el
correspondiente registro en el hospital, él dio su nombre y sus apellidos,
cuando el ATS le preguntó por su dirección, él se fue a ese lugar cerca del
bazo a buscar la respuesta, a los pocos segundos volvió, sonrió con media
sonrisa y preguntó
-¿y el niño?
-Sano y salvo, es usted un héroe,
le traeré el artículo del periódico local, salió usted en todos, su acto ha sido algo
ejemplar, pero disculpe, tengo que completar el formulario, dónde vive, insisto…
-En el mundo… vivo, en el mundo…
CARMEN SORIANO
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Hay momentos que nos traen a la vida y nos aislan de la soledad... Aunque sean momentos duros en los que perdamos "algo", pero es quizás más valioso lo que encontramos... Ya sé que son microrelatos, pero tienen que ser tan micro, tan micro... Infinitos besos
ResponderEliminarUn día te daré algo para que supliques lo escueto, te quiero, gracias!
ResponderEliminarNo soy un héroe
ResponderEliminarPorque no lo pensé
Fui un padre
Aunque no fuera su progenitor
Y es que nunca podré dejar
Que maltraten la inocencia ante mis narices
Y quedar frío
Pues ese día habré comenzado a morir…
Bsts Carmen.
A veces sólo por la vida ajena es que dejamos de ser muertos, y por compañías como la tuya, gratas, dejamos de estar solos, gracias por asomarte aquí querido Santiago!
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