Hay un dolor tan fino y exquisito
que como alambre hiriendo mantequilla
me recuerda en tu presencia siempre
la imperiosa furia que te necesita…
rugido intestinal y agudo, sinécdoque
que ante tus ojos doblega corduras
y se aviene el silencio entonces
por pura maquinación del miedo
que ahoga la entereza precisada
y entre las piernas la devana
sin cabo ni hebra oportuna…
Entre el dolor y el rugido, el silencio
impone su dogma en mi boca
que ya no es más que labio y dientes
en ociosa lucha, combatientes
por hacerse de tu boca el primero
y dejar allí sonido alguno…
mientras surca el tenso alambre
blancas dunas no expuestas,
inevitable fragor no soleado
helipuerto de antaño…
Ya sin valor ni fuerzas
desiste mi alma de negarte
la vida que quieres tomarme
y triunfante sonríes como ángel
que cambió sus alas por alambres…
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