Tomaré distancia, si puedo, del amor que me unía a este
hombre, para contar una historia absurda sobre muertos que no replican a lo que
los vivos les echan encima.
Murió a mediodía de un día que no importa, un momento
intrascendente de la historia que no se detiene en esas cosas. Yo estaba a su
lado, esperando ese momento que se anunciaba desde hacía tiempo y que, a
aquellas alturas, todos cuantos lo amamos deseábamos, la mayoría por liberarlo.
También lo deseaban los que no le amaban, por liberarse que es distinto.
Durante el funeral y sepelio, se vertieron tantas lágrimas
que dudé, por un instante, si estaba yo sin alma o era acaso, y así lo era, la
única sincera. Pero igualmente me dolió en el alma ver llorarle después de
muerto a todos los que no le rieron vivo. Y era por demás divertido e
ingenioso, tal vez humilde en exceso y cobarde, muy cobarde. Pero nadie dijo
eso, nadie lo dijo porque no lo sabían, o porque no querían saberlo.
Guardé silencio reprimiendo un grito, cuando lo llamaron
poeta. Grité en silencio más aún cuando de amado esposo lo pusieron y quise
morirme cuando de venerado padre lo dibujaron. Grité tanto aquel día que me
quedé callada por tanto tiempo, que habiendo pasado casi un año, sólo ahora
puedo, gritar ¡Mentira! ¡Mentira! ¡MENTIRA! Ninguna de aquellas plañideras
burlonas lo quiso nunca, nadie leyó sus poemas que decían verdades como puños y
escocían los ojos de tanto hipócrita, ninguno de los que lloraba supo nunca de
su pena, fue su agonía secreto de unos pocos, depósito que hacía en nosotros,
los que le amábamos por bello y humano, los que le fustigábamos por cobarde y
los que sufríamos de impotencia por la suya. Era su rendición inaceptable.
Los muertos es que no replican, si lo hicieran diría este
muerto, desde la ira de su tumba, creo, que se casó muy joven pero nunca fue
esposo ni siquiera para ser desamado, era sólo lavandero de las suciedades de
una golfa; sirviente, esclavo y prisionero de aquel amor que le cegó un día.
Que tuvo hijos pero no fue nunca padre porque no pudo, devoró la bruja los
retoños y dejó hueca la piel de los niños, no fuera que algún día amaran al
padre que era infinitamente mejor que ella. Que escribía poemas todos los días,
en algunos se dejaba el alma, y en otros cantaba el cobarde a la nieve o los
santos, sólo estos interesaron siempre por livianos pero no eran su poesía,
publicaron sólo rimas huecas, su verdad versada la enterraron junto a su cuerpo.
Y desde el amor más profundo y el respeto que le debo,
replico por él y su no vida, por todas las esperanzas que dejó en mi casa que
no fue nunca luz suficiente la mía, pero le servía su copa favorita y le
escuchaba, cuando como furtivo me visitaba a escondidas para reventar por algún
sitio. No replican los muertos pero yo si lo hago: Nunca fuiste hombre. Nunca
fuiste esposo. Nunca fuiste padre. Nunca fuiste poeta. ¡Que lo borren de tu
lápida! y en su lugar pongan, que fuiste siempre un ángel, por noble
arrastrado, por humilde ignorado, por obediente machacado, y por bello amado
intensamente por los que precisábamos de ángeles.
Como está muerto y no replica, diré que siempre le quise, no
siempre a la altura que merecía, le quise como me dejó la vida y aquel vínculo
limitado que a los dos nos unía.
Te habrá leido donde estè y replicará a su manera... Que su alma está cerca de donde siempre le hubiera gustado vivir, en el corazon de un hijo que tardó en comprender porque le prohibieron mirar con los ojos de la verdad. Y ahora ese ángel se puede sentir en quien mira a los ojos de su hijo al que dejó tranquilidad en el espíritu vomitando una verdad que le habia minado por dentro. Descansa en paz ¡Seguro!
ResponderEliminarAfortunado cobarde, usted si que sabía darle su corazón a quien de verdad le quería.
ResponderEliminarEnhorabuena a los tres.
Uno que os envidia.
En las voces del mar, los que llegan bajando de goletas tiene canas de más, arrugas en la piel y un cortejo mermado de recuerdos que van del ansia a la queja...Si trae un muerto, el oleaje sencillo deposita unas olas que dejen sus respetos y un canto sensible, que proteja al muerto y a lo que quedan de la tormenta sin testigos que la fe gastada en malestares, como horda se queda entre sus uñas y el metal del cerrojo que lo guarda de volver, a punta de deseo otra vez a la vida...
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